Desde que en 1849 Henry David Thoreau definiera el principio de la «Desobediencia Civil», esta herramienta popular ha servido para señalar desigualdades sociales, la tiranía de los Estados, la guerra, el imperialismo y todos los fenómenos jerárquicos que atentan contra la vida y la dignidad.
La sentencia del Tribunal Supremo del 14 de octubre sobre el «Procés» no puede verse como un asunto interno catalán, ni como una guerra de nacionalismos y banderas. Quien quiera verlo así estaría pecando de miopía y de una insensibilidad política total.